· PLA'.rA Y
BRO~CE
qu1era.
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al recordar que el amor que alimentó por la
long-a era el único de su vida, se desesperó.
Ko quería dejarle morir. No, el joven aristócrata,
noble
y
leal. no debió sembrar un caí·iño en alma ajena pa–
ra luego esquivar su contacto. Fieran'lente se insurrec–
cionaban su abolengo y su bizarría. El estaba seguro de
que la Manuela le amaba. Le adoraba desde antes, aun–
que su amilanamiento nativo le vedó expresar su senti–
miento.
Y
cuando él adquiría la certeza de que era ama–
do, iba a burlarse de ese amor que él mismo ambicionara
en otras horas? Ko. un CoYadonga no procedía así. Era
un imperativo que se prolongara ese amor. Pervivir no,
porque el amor no perdura. Flor de poh·o se deshace en
la brisa que prohija una nueva flor .....
¿Cómo
reirse de
esa almita primitiYa que le eligiera ya señor de sus mono–
cOl·des pensamiento
?
Sintióse ideal dominante de la in–
dia que nunca confesaría su amor. Súpose ídolo de ese
espíritu sin creencia . sin ideas. sin los afeites postizos de
la Ci\'ilizaciÓn.
Y
tUYO miedo. si,
l111
enorme miedo de
110
po<;ler contener dentro del alma originaria es-e ¡¡.mor que
rebasaría en quién sabe qué inundaciones trágicas ....
La otra raza se materializó en la carcajada demoníaca
y en el mirar buído de la noche aquella. lJn estremeci–
miento le aplastó la médula aterida.
Su empeño de perpetuar el amor mortecino, le llevó a
desn1brir el vórtice. Se apagó la lámpara emotiva, por–
que él la creyó así a ' la que fue sólo brasa carnal, y él
insistía en que continuara alumbrando. Inútil afán. No ilu–
minó casis de amor sino encrucijadas ele drama tétrico ..
El silencio e le pegaba a los labios como una masa
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