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FERXANDO CHAYES
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Descaecido. s:ntiendo que el alma se esfumaba indó–
cil a los esfuerzos volit;vos para precisar
el
campo de la
conciencia. y el cuerpo en una agria rigidez no obstante
estar desmanejado y frágil. despertó Zamora.
Las rendijas de la ventana que daba al jardín. con–
sentían unos chorros ele luz fuerte. neta. que se desperdi–
gaban en un polvillo dorado. con resabios de la rotunda
:iragancia de los
chamburos
Raúl ya había salido. Se vistió
el
señorito Hugo de–
rrochando enormes esfuerzos. La francachela aniquilJÓ
sus energías. En una como añoranza sutil revisaba los
sucesos de la noche anterior. Salió a gozar del ::ol de
las doce. plenamente. en el corredor principal de la casa.
A
poco se presentó Raúl. Estaba pálido: su cuerpo
perdió la prócera elegancia habitual y se encogía doloro–
samente.
Los dos primeros se arrellanaron en dos sillas. uno al
lado de otro.
-Parece que has cometido un crimen, Raúl.
-Estoy por creerlo. Siento en mi torno un acedo
rumor de vaticinio. Algo terrible me ronda.
-Tonterías tuyas . . . . . Antes no eras tan preocu–
pado. Estos aires de sana rusticidad te han transforma–
do en miedoso
y
darivicleüte.
-Tal vez yo tenga razón. primo. No estoy satisfe–
cho. Y no son recriminaciones de mt romanticismo-–
muerto hace mucho tiempo-las que me ·agrían hoy; no,