lada, una mano divina que esparcía la simiente, pero a
la que esperaban en la encrucijada para escarnecer .
.. ¿Por qué no serían ella y
las como ella. intocables, aco–
razadas, augustas como vestales, fuertes como amazonas?
Y
no carne inexperta al servicio de una alma deslumbrada
por la
espectac~1lar
visión de un apostolado vestido de
colorines que ocultan la verdad ele su sacrificio heroica–
mente y bellamente inútil .....
Sola. inerme, en la reclusión de la aldehuela donde
todo le era hostil. se veía como una rosa trasplantada a
un terreno arenoso donde prosperan indiscutidos los cac–
tus hórridos.
Pobre mujer sin confidente y sin sostén. Con el
absolutista amor de la cultura que cuando no se arrima
en el amor de otros, es solamente cruel.
.Escupida por
la marea de la ciYilización hacia esa playa desolada de .
rocas duras y ptmtiagu das que lastimaban -las plantas.
En su abandono, en su infinita soledad la
mucha~ha
valerosa no halló más refugio que el cuenco moldeable
de su almohada, único regazo maternal y propicio.
Sus
lágrimas. sus primeras lágrimas ele impotencia manaron
silenciosas
y
ardientes.
No presentía siquiera
el
llanto de la otra hembra
violada
y
febricitante.
Esos
llantos
acordes las vol–
vían hermanas. A la blanca que observaba el terremoto
de sus ilusiones y a la india que veía el desastre de su
vida.
La maestrita pensó huir.
Separarse de ese poblacho
ceñudo
y
llevar su sandalia de romera
y
su actitud
fer–
vorosa de
i·embra a un medio 1nás acogedor. Algo se