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PLATA Y BRO:NCE
fuera a devolver el caballo en la casa del mayordomo de
''Rosaleda".
cliciet~do
que ella lo mandaba.
Vestida. sudorosa, con el pecho plegándose y dilatán–
dose como un fuelle se tendió en la cama. Contra sus
de~
s 'gnios pensó en Zamora. El airecillo enclenque pero
patricio ele Hugo, Yolvía inquietante y arlequinesco ¿on el
mismo afán de apresarla.
Y
su cólera se amortiguaba
cada vez que en sus oídos cobraban íntimas reviviscencias
las galanterías del primo. No obstante, concluyó por re-
cordar con bascas al debilitado aristócrata.
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Ella, ilusionada en el Colegio por las palabras
infla~
macias ele sus profesoras. imaginaba su tarea como la de
un sembrador magnífico que sólo viera en su torno sonri–
sas agradecidas y corazones limpios bajo la pompa solar.
Y
notando que e le pagaba con ofensas sus desvelos, que
un hacendado cualquiera sentíase con derecho a.
encena~
garla. rectificó el concepto optimista de su misión que
abr¡gara hasta entonces. La encontraba dura, espinosa,
alterada por remolinos de Yicio y tramas vulgares.
Cuánto sufrió Celina en contacto con la realidad qu€
ella imaginó diferente.
¿Por qué la habían engañado ?
¿
Por qué n<? le dieron
la meridiana noción de las batallas anónimas en que se
vería envuelta y en las que. si triunfaba no obtendría
ga~
lardón, y si caía vencida recogería todo
el'
desprecio, tod9
el
cieno?
Así al menos le hubieran ahorrado ia muy humana bru–
talidad del desengaño.
Era una sembradora sí. mas una sembradora acorra-