I!'ERNA:KDO CHAYF.S
con su raz? pero salvaba su naciente amor, apartaba la
muerte de la cabeza del blanco malo, infame, pero colma–
do de encantos para sus sentidos groseros.
¿Por cuál senda decidirse?
Sin resolverlo, insomne, la infeliz longa que nunca se
ocupara en pensar daba vuelta · en su cerebro a la misma
idea: Reparar el baldón que Raúl arrojara sobre ella. o
evitar que los siervos canijos destrozaran el cuerpo profa–
nador del
niñito
Durmióse al amanecer, rendida. con el cuerpo dolori–
do. Y en sueños vió la cabeza blonda ele Raúl cubierta
de coágulos de sangre. Se vió ella contemplando muda,
horrorizada. la testa yerta cuyos ojos enormes, hialinos
t·eflejaban en ella una opaca llama de úplica y perdón.
No, ella no dejaría consumar el crimen.
Opondría su voluntad a la de su padre. El patrón
era muy
lindu
para que la india consintiera en desamparar
a su recalcitrante galán. En la inconsciencia del estado
que sigue al sueño surcado de alucinaciones. se prometió
escudar al amo de la ley del talión que le circuía pesada y
maléfica.
El regusto del placer
y
el cansancio. el limo de odio
y
sumisión,
y
el agua clara de un cariño grande y reden–
tor,
se amalgamaron en el espíritu mustio de la tonga,
creando una linfa discorde que la ahogaba y que la despertó
tttrbacla, con la boca sápida a besos
y
a sangre.
* *
*
Celina llegó a su casa de madrugada.
Nerviosa, irritada ordenó a un indio que la servía
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