PLATA Y BRONCE
1
:X::
Guardó las copas la longa y se encaminó a su dor–
mitorio.
Se tiró en el suelo convulsa. Dejó escapar su llan–
to libremente. La evocación ele la escena del gabinete
semejábale la ele un suceso pasado, muy pasado.
Raúl se perdía para ella en una nube sangrienta so–
bre la que se destacaba gigantesca la figura de su padre.
de Gregorio, acompañado por su novio.
Estaba segqra de que los dos indios se vengarían ele
la afrenta. Y ella, la hija manchada no sabía qué par–
tido tomar.
Su odio de familia le imponía a gritos que ayudase a
los paladines ele su honra. Sangre ruin y libertina debía
lavar la ignominia, esmaltar de flores rojas el camino de
:Manuela hacia la felicidad . . . . Sin la vindicta quedaba la
injuria en pie. Como un estorbo, como una valla de ver–
güenza entre ella y el Venancio.
Si resguardaba al patrón del riesgo que los reticentes
gestos de Gregorio y V enancio presagiaban, era desleal
143