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LA ESFINGE INDIANA

A Morton sucede el más férvido apóstol del autoctonismo, Louís

Agassiz "R:I.854), quien llevó esa premisa a su más -amplio desarrollo,

hacia un

~~igpp,.i,smo

geográfico de la especie humana con siete u oche

centros independientes de "hominación", que debía chocar contra la opo-

. sición de los dos "ases" de la evolución, Darwin y Haeckel.

Mientras permanece esta situación. antitética, surge Jen la Argea–

tina la voz de Florentino Ameghino, quien busca reconciliar con el dar–

winismo ortodoxo, naturalmente monogenista,, la idea de Agassiz. del

autoctonismo americano, y logra por un momento establecer un equili–

brio instable, postulando que la antropogénesis fué un fenómeno único

para todo el globo, y que se realizó en Patagonia.

Además que en esta fórmula, del todo personal, del naturalista ar–

gentino, la "hominación" independiente de este continente ha sid9 acep–

tada por aquellos sabios que son partidarios de doctrinas poligenéticas

y polifiléticas del

ori~en

humano, desde el viejo Müller hasta

el

contem–

poráneo Sergi, quien, después de haber sido el último defensor de la doc–

trina, parece que en los últimos años perdiera mucho de su actitud in–

transigente.

II/. PROCEDENOIA DE CONTINENTES 'IMAGINARIOS

Otras

proba-o~idades

puestas en juego poli los americanistas son

las migraciones desde el continente que se supone ocupara un día el lugar

del gran océano.

Scharff y Clark ( 1912 ) enunciaron esta hipótesis, del "Continente

Pacífico", y Reginald Enoch le ha dado forma en su libro reciente

The

secret of Pacific.

Ernesto Haeckel había en su tiempo sostenido que la creación del

hombre

in toto

se realizó en otro continente, hoy desaparecido, la "Le–

muria", que unía -

se supone -

el Africa con las Indias, a través del

océano Indiano.

En el continente austral, o "Antártica" han cifrado sus creencias

autores como Huxley, Osborn y nuestro Francisco Moreqo.

Viceversa, ya desde 1784, con la publicación de las

Lettere ameá–

cane

·del conde Carli, se encontraba formulada definitivamente la doc–

trina de la población de América por parte de los hombres del conti–

nente "Atlántida", del que había narrado Platón el fin misterioso.

La imagen de la Atlántida ha vivido en la fantasía de los hombres,

durante el siglo XIX, mucho más intensamente que los demás continen–

tes sumergidos. En este primer cuarto del siglo XX ha tenido un re-