EL PROBLEMA CENTRAL
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punte de florecimiento romántico, cuyos ecos no se han desvanecido por
completo.
·
El hecho se debe, acaso, a que la reconstrucción de Gondwana, Ar–
quelenis, Lemuria, Antártica, y demás continentes perdidos, es el pro–
ducto de. complicadas indagaciones científicas, y por tanto no reviste
el interés popular de una tierra que desde Platón, es "hija de la ljte–
ratura".
Como se ha visto a través de esta reseña, por cierto muy incom–
pleta, se trata de una bibliografía verdaderamente enorme, que corres–
ponde a un
proce~o
largo y laborioso de la especulación humana, ini–
ciado desde hace cuatrocientos años, y cuya terminación no puede ser pre–
vista.
Si hay algo que lamentar, no es ya la extrav·agancia de una
ú
otra
fórmula, sino la falta de unidad metódica. Amantes son todos de la ver–
dad, tanto Alejandro Borgia, cuando define al indio como hijo de Adán
y Eva,. y poseedor de un alma hecha a imagen del creador, como John
Campbell, cua do afirma que algunos iqiomas de América son transq
formaciones de la lengua Jati, rnmo
.A.
Chi'lde, cuando afirma de buen;_¡,
fe qhe en América se conserv.:an inscripciones dejadas or los etruscos,
como .Ameghino cuando compara la
norma oerticatis
de los cráneos
americanos con la dolicocefalia de los monos platirri·nos. No obstante,
todo este trabajo afanoso
y;
m ltise<mlar, Cle teólogos, filólogos, epi–
grafistas, etnó&rafos y antropólogos, produce la misma impresión de
una muchedumbre de peregrinos, perdidos en una caverna, que se agitan
desordenadamente en las tinieblas, para buscar la salída.
Todos los bibliógrafos han descontado hasta hoy esa impresión de
extravagancia abracadábrica, y nada han hecho para presentar bajo un
aspecto lógico esta cuestión, que, al fin y al cabo. no puede extraterrito–
rializarse de la provincia sujeta al equilibrio de la mente humana.
Sin embargo,' nuestra clasificación provisoria, deja ver el hilo di–
rector que ha guiado a los peregrinos en
el
laberinto.
Nuestra primera división comprende aquellos teorizadores que sos–
tienen
el
trasplante a las tierras americanas de culturas o estirpes alócto–
nas, que se encontraban ya
desarrollada~
en uno de los cuatr,o continen–
tes conocidos. .
La segunda división comprende a aquellos autores que han soste–
nido que el hombre americano no procede de
territo~ios
extracontinen–
tales, porque su "creación" independiente se ha realizado
in situ.
Por. fin, en la tercera división se colocan aquellas doctrinas antro–
pogénicas que postulan la procedencia del americano de continentes que