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RETRATOS ÉTNICOS

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he de repetir aquí que los veinte

y

más retratos que paseemos de Ajna–

tón, hijo de Tii, pueden clasificarse en dos grupos principales, que no

se asemejan entre sí mínimamente. De

la

misma manera, el monarca

de

la

apostasía, Tutanjamón, aparece con dos fisonomías distintas, se–

gún si el retrato es anterior el abandono de Tell-el-Amarna o posterior

a ese advenimiento.

Tales ejemplos nos permiten avaluar cuán larga parte depende del

"estilo", "técnica", y hasta de los cánones filosóficos

y

religiosos del

momento.

Pero en el caso presente, no tratándose de "retratos", sino de re–

presentaciones ·generales de un grupo humano, podremos admitir, con

p rescindencia de técnicas

y

maneras, que los artistas de toda región crean

su tipo de representación humána reproduciendo los caracteres que do–

minan en la población que los rodea.

Este principio es casi intuitivo, desde que así se explican, por ejem–

plo, los ana<;ronismos de la representación de Cristo. La figura con–

venciónal del Galileo constituye un verdadero monstruo etnográfico,

repetido en todas las representaciones

~

María de Nazareth. El hecho

se explica al liecordar que f ueron creadas poli aljt!Ístas del Rena<rimiento,

que nada tenían de semita,

y

viivieron en contactlo con las damas

y

cam–

pesinas de Siena

y

Ferusa

y

los pajes

y,

armígeros de Florencia.

Por tal modo, se h a admitid0 que el modelado más antiguo, de

hombres bajos, c01;pulentos

y

afeitados, representa la primelja población

de Sumer.

7

Las cabezas de diorita llevadas al Louvre por de Sarzec, conocidas

como retratos del

Ishakku

Gudea (7), son un dign0 comentario plás–

tico del bajorrelieve: Aunque alguna está cubierta por el turbante, se

ve que el pelo fué ra.surado hasta la raíz,

y

la cara es perfectamente im–

berbe, en abierto contraste con las "barbas semíticas" que pred.ominaron

posteriormente.

Sin embargo, los especialistas más avisados no han dejado de ano–

tar una cantidad de circunstancias

y

dificultades que hacen muy com–

pleja esta cuestión. De seguro, los hechos no son tan claros

y

simples

como lo prédica la teoría .

El tipo humano barbudo q ue debería representar el ingreso de los

Semitas en la vida de

la

comarca, aparece ya desde los primeros tiempos

en

la

glíptica

y

en los bajorrelieves más arcáicos q ue conocemos. Véase

(7) Prefiero,

sigui~ndo

en esto a Dclaporte, el nombre

ishakku.

al de

patesi,

su equivalente (vicario, sacerdote-virrey), porque su lectura resulta más segura, y no

convencional como la del segun do vocablo (Hommel, p . 204).