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-

77 -

·

mos,

y

un optimista mirar sobre todas las co–

sas.

No

supieron distinguir entre esta u otra

vida: ignoraban de sanciones ultraterres–

tres.

Ni

tenían para ellos sentido esas pala–

bras que son toda la pesadilla de nuestro

si–

g]o: ricos y p0bres.

Música

La música inkaica es la más triste y

la

m<ls

alegre de las músicas del tiempo- prehistórico.

Las lamentaciones por el amor contrariado

no llegan

a

la desesperación y el suicidio.

En la vida no todo es dolor: bien

ron

to se

da cuenta

l

oet , en la anegación de su

pena,

q e

el

p

orama del mundo es tan

vasto: y tan yerdes los campos y tan con-

-:-solador/

eiele que por doquiera se brinda

el placer. A la noche sigue la aurora:

a

la

· tempestad, el céfiro

y

la brisa: al cantar

em¡papado

en

lágrim!as, la danza del júbilof

la

kasw~.

No es una sola modalidad el jarawe que–

j

ümbroso

y

melancólico. El estado de espí–

ritu de estos felices labriegos para quienes

la c

omunidad agraria era una verificación

re.al

de ensueños paradisíacos, no podía ser

sino

~e

virgiliana quietud, de eclógica tran–

quilidad, raramente interrumpida por bélicas

fanfarrias. Lo apolíneo es el marco de la vi–

da cotidiana. . Es en las grandes efemérides,

-en los R-aymis, que se desbocan los genios

jo-