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mos,
y
un optimista mirar sobre todas las co–
sas.
No
supieron distinguir entre esta u otra
vida: ignoraban de sanciones ultraterres–
tres.
Ni
tenían para ellos sentido esas pala–
bras que son toda la pesadilla de nuestro
si–
g]o: ricos y p0bres.
Música
La música inkaica es la más triste y
la
m<ls
alegre de las músicas del tiempo- prehistórico.
Las lamentaciones por el amor contrariado
no llegan
a
la desesperación y el suicidio.
En la vida no todo es dolor: bien
ron
to se
da cuenta
l
oet , en la anegación de su
pena,
q e
el
p
orama del mundo es tan
vasto: y tan yerdes los campos y tan con-
-:-solador/
eiele que por doquiera se brinda
el placer. A la noche sigue la aurora:
a
la
· tempestad, el céfiro
y
la brisa: al cantar
em¡papado
en
lágrim!as, la danza del júbilof
la
kasw~.
No es una sola modalidad el jarawe que–
j
ümbroso
y
melancólico. El estado de espí–
ritu de estos felices labriegos para quienes
la comunidad agraria era una verificación
re.alde ensueños paradisíacos, no podía ser
sino
~e
virgiliana quietud, de eclógica tran–
quilidad, raramente interrumpida por bélicas
fanfarrias. Lo apolíneo es el marco de la vi–
da cotidiana. . Es en las grandes efemérides,
-en los R-aymis, que se desbocan los genios
jo-