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en su inúsica la trag dia de sus noche ...
Culto de las
Cumbres
lVIás arriba d l pastizal, sólo viv n 1 s dio–
ses.. El Apu, el Auki. En la cima perínclita
está la
a d 1
ol.
El sol llega a su fantás-
tico
p
de
uro de cri
tal
y,
antes de
penetr
, ne
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a
l
í
lo
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púrpura
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s
l
acti
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mun
lo
lanzándole, en plena
a
parada. . .
l
Apu
Sallkan–
tai,
padre
señe>r de las montañas, con su en–
cumbramiento de
18,000
pies sobre el nivel
del
mar,
es
el genio del andinismo. Nadie
llegó
hasta él, le aisla
del
comercio
de los
hombres
y
los dioses, su tonante
s
berbia.
Ruge en su torno la tempestad, revuelan a sus
pi s los raudos cóndores, nautas del espacio,
y
por los flancos de la montaña el alud se pre–
cipita en truculencias imponentes.
La
religión de los antiguos Incas
era,
sobre
todo,
culto de las cumbres.
Nevados,
glacia–
res torrenteras de hielo infranqueaban la mo–
rada de sus divinidades
s~premas.