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cundos
y
se abren las compuertas del gozo
popular, inundándose el ambiente del diluvio
n1usical de la kaswa.
Erótica India
Y cantaban el amor. Porque tenían el cul–
to de la mujer. La mujer no era entre ellos
como la esclava del . gineceo, ni como estotra
1nanera de esclava que en los pueblos archi–
cultos viste su aparente alegría con tules
y
sedas. La mujer, en esos dorados tiempos
que evocamos, no ocupaba un sitio de excep–
ción., ni tan al o ni tan bajo. Estaba al mis–
mo nive que su natural compañero. En las
·faenas del ca: 1po, en el cuidado de los ani–
·n1a-les, en la atención del hogar, tenía su
puesto. Silenciosa o alegre, su actividad es
de todos los instantes. Mientras hace su ca–
..)n1ino por la florida senda que la conduce a
i1a casi ta o al ca1npo de labranza, la rueca
va
n1oviéndose ligerita en sus manos: hila,
hila, hila, por llanadas
y
ribazos, cantu–
lrreando. Cuán amable es la mujer en el
paisaje andino.
El hombre la respeta. Nunca manchó su
canción con la torpe sugerencia. Espiritua–
liza su amor hasta hacerle perder su origen
físico. Tomemos al azar cualquier cantable.
Por ejemplo este de
Las tejedoras.
Dice
así: