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-

·so ---

estos ayes del alma? ¿Será porque prade-

1

ras, vallecitos

y

pastizales guardan mtezcla-i

do su perfum\e con el achankaray y la pall–

cha? Será porque el indio es, por debajo

de su broncínea armadura de indiferente

o hierático, un gran amoroso? E!l Qordaje

sentin1ental vibra cuado estos aires anti–

guos pasan por él, y la melodía que se pro–

duce nos adolora tan adentro que parece

reunirse en un minuto todo el sufrir dé

tantos siglos de la pobre raza vencida ...

·

Las ot.ras

1

belleza•

H~n

can a:do también las otras bellezas del

mu do.

l agljla, a brisa, el follaje, las flo–

re?,Ji

n1oni

ña, las nubes, la lluvia, las cum–

bre , la nieve, los ríos, los lagos, la tierra, la

luna, las estrellas, la noche, el sol.

En su panteísmo naturalista apenas si hay

cosas feas o despreciables.

Todo se ennoblece ante sus ojos de grandes

comprensivos. No fué, para éllos, el uni–

verso, campo de lucha de fuerzas trascen–

dentes. No inventaron una filosofía des–

·orbitada.

Se mantuvieron hombres sin

a spirar a ser dioses. Quizá por ello care–

cieron las creencias inkaicas de un genio

del in al. Supai , su diablillo, no es ni con

rnucho un Satán.

En sus himnos religio ..

sos percíbese íntegra el

ah11a

de es te pue-