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Las reglones
De ambos costados del macizo andíno
arrancan innú1neros contrafuertes que, al
·juntarse o separarse, van formando los va–
lles. Si descendemos hacia el levante, se ofre–
ce primero ·el panorama de la serranía, labe–
rinto inextricable de pequeños valles fértiles:
después, al concluír los riscos, se abre la
montaña, el trópico, la selva, anchas plani–
cies ubérrimas, boscosas esplanadas de vege–
tación hiperbólica. Si bajamos por occiden–
te, el espectáculo será bien distinto. A me–
dida de acercarnos a la mar, la tierra irá des–
pojándose de s
v
0
rdor, para lucir
impú–
dica sus desnudas arideces. La costa del li–
toral es una dantesca desolación de queman–
tes arenas, cuya uniformidad sólo interrum–
pen, de rato en rato, débiles arroyos, cuyas
aguas se insumen o vaporizan mucho antes
de
~ribu~rlas
al gran mar,.
El
germen
¿Dónde aclimataría el hombre, esta obra
de la Divinidad que es cerámica en el génesis
y es paleolítica en la antropogonía inkaica,
puesto que Dios, según la Biblia, lo creó de
barro vil,
y
Wirakocha, según la vieja leyen–
da keswa, lo hizo de perenne granito? No en
la selva, criadero, parque de los saurios pre–
diluvianos. No en la costa, disputada aún