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dor del aborígen. Por la magnitud de los
frutos podemos inducir el temple de los crea–
dores del Inkaua1o.
Pero, cabe a la titánica energía, percibi–
rnos
la fragilidad
y
delicadeza de un espíritu
profundamente enamorado de lo bello.
El aquilino talón del hombre del Inkarlo
es
su
p_resteza a la emoción erótica.
Franclscanlsmo
~íncu
o que
aprieta
en
sociedad íntima
es
este
0 •
"ª
amor que por nuestros hermanos
n1e
e
cn tían los súbditos del Inka .en ma–
yor
escala, es seguro,
que
los indios de hoy,
cor ser m
grande el que éstos abrigan por
el
buey, el perro, el caballo
y
el asno, amigos
rnás
leales
y
útiles para éllos que el ·
hombre
nlis1no,
sobre todo, que e] hombre
bla-!1co,
su
amo, es decir,
su
verdugo.... .
El
llama
es su
confidente
y
conviviente
~
más
antiguo. Cuantas
veces
en el
silencio
sideral de una abra andina hemos visto apa–
recer cual de otro mundo, las siluetas de las
llamas
y
del indio como formando un con- •
tínuo
biológico.
En la experiencia de todos los días, en qué
frecuentes ocasiones hemos constatado la
gran ternura que el indio alimenta por sus
animales domésticos,
sentimiento
que
arran-