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suelta o bebiendo el
refresco
que habían
adquirido en calidad de obsequio.
Cuando los vapores del alcohol y el can–
sancio de cinco o seis horas de constante
gimnasia daban en tierra con los baila–
rines y 1-os músicos, todos, en confusión in–
descriptible, oliendo a sudor y , sin distin–
ción de sexo, edad ni parentesco, yacían
en el inmundo piso convertido en un char–
co de bebidas y de toda clase de desperdi–
cios.
A la inafiana siguiente, el velo del olvi–
do caía sobre lo de la noche anterior y,
como si no se hubieran conocido jamás,
disipados los vapores del alcohol, cada cual
t omaba su camino. El guaso, por regla
general, se dirijía a la primera casa de ne–
gocio para reponer el sombrero que había
p erdido durante la "noche de farra".
Qne distinto era en esos días la Tabla–
da, de lo que quedaba de la acequia al Sur!
Aquellas ferias parecían otro pueblo: la
barbarlé, junto a la culta ciudad de Ju–
juy, junto a la pequeña capital del Norte,
en cuyo teatro y en cuya biblioteca popu-