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obligo, terminaban, como la concurrencia,
con una borrachera descomunal, · confun–
didos casi siempre entre los contertulios,
cuyas mujeres se mantenían de pie a du–
ras penas recostadas o abrazadas de sus
improvisados galanes.
Este espectáculo bochornoso y repug–
nante, era para ellos la cosa más natu–
ral: las incoherentes protestas de amor
y las palabras obscenas que remataban las
entrecortadas frases, provocaban la casi
inconsciente hilaridad de los protagonistas
que, más de una vez, terminaban en encar–
nizada batalla por celos mal reprimidos.
Recién cuando el escándalo asumía mag–
nas proporciones, se acercaba, con paso
lento, algún policiaco de "la carpa grande",
a preguntar si era
n~cesaria
su interven–
ción, siempre tardía, siempre ineficaz.
La carpa grande, era la tienda de poli...
cía instalada a pocos metros de allí y en
donde media docena de agentes al mando
de un oficial o de un sargento, hacían el
servicio de guardia durmiendo a pierna