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contemplando aquellos cuadros que ser–
vían después para el comentario sabroso
en las habituales ruedas de la confitería
o del Club.
La nota repugnante, no estaba en nin–
guno de los lugares descriptos: estaba en
la carpa de baile, en el despacho de be–
bidas, en donde el vicio había hecho presa
del populacho.
En un rincón de cada una de estas tien–
das, cubiertas por el velo 'que formaban
el humo del candil o de la lámpara
y
el
polvo de la tierra que levantaban los bai–
larines en el furioso zapateo, dos o tres
hombres, sobre un entarimado de cajones
vacíos, atronaban el espacio con el chi–
llido de un acor deón con acompa ñamiento
de bombo, formando parte de esta singu–
la r orquesta, algunas veces, un arpa crio–
lla o una guitarra con cuerdas de alam–
bre.
Los músicos, "convidados" con f re–
cuencia por los bailarines que, en el entu–
siasmo de una "chacarera" o de un "baile–
cito" boliviano comenzaban con el tomo
y