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HORACIO H. URTEAGA

chuas fuera el padre de esa muerta civilización,

¿

por qué no

hallar sus huellas

?

¿

Es posible

suponer que

la raza que

desenvolvió esa cultura estupenda de Tiahuanaco, el Cuzco

:r

Huánuco Viejo, hubiera desaparecido de modo tan absoluto

que ni representantes vivos, ni rastros de su idioma, despa–

rramado en posiciones geográf.icas, existieran que nos ates–

tigüaran su existencia

y

creaciones

?

Acaso la propia poten–

cia de su civilización, que es fuerza invencible en la evolución

de pueblos y razas,

¿

no les aseguraba

la supervivencia

?

¿

Por qué no habría dejado manchas de su raza, aunque hubie–

se sido vencida en su supremacía, por un cataclismo históri–

co

?

¿

Acaso la historia no nos ofrece, de estas superviven–

cia , más de un ejemplo

?

Cuanto al idioma aimara, hoy la filología lo considera, y

con razón, o como un idioma pobre y rudo, detenido quizá en

su evolución estructural, o inmovilizado por la influencia de

un medio inclemente donde se desarrolló el núcleo de la raza,

de una constitución intelectual mediocre. De todas maneras,

-:!Sta lengua, más enérgica que la kechua, pero sin la riquqeza

y flexibilidad de ésta, corresponde a un pueblo pobre y rudo,

necesitado y valiente, más preocupado de las necesidades ma–

teriales qque de las altas lucubraciones del espíritu y que en

la lucha perenne con lo kechuas, si triunfó de éstos en una

cruenta lucha vetustísima, no comprendió el ideal de lo ven–

cidos ni se asimiló el alma de la raza. ( 7 ) .

(7) .-Véase Pí

y

Margal!, ob. cit, t. II. Alc!<lcs D'Orbigny,

UH0111-

rne Americaine,

t. II, p. 320. Este autor, considerando rr.enos rico el

aimara que el kechua, supone al primero fuente del segundo o sea la

lengua materna.