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RICARDO ROJAS

puestas por el zorro en las alas, con que, abriéndolas,

aquel suele equilibrarse en la fuga ...

De súbito, volvía el zorro á encontrarse solo en medio

de la selva ... Triste por las adversidades el alma, ahilado

por nuevos ayunos el cuerpo, fatigados por la jornada

los pies, meditaba

á

la sombra de un árbol. Removía sin

logro sus bártulos. Se le agotaba su arsenal de recursos

en el explotado magín. ¿Qué hacer ahora¿ I-Iabía prac–

ticado todos los medios de vida : salteador de ca1ninos

cuando sus comienzos; privado <le príncipes; más tarde,

cuando nepote

1

j-gre ; funcionario público, por au–

todesignación,

e.na

o la asonada d el porLillo ; más

tarde jaque de

hábitos, cuando se amancebó con

la zorra que de mo o tan bárbaro concluyó á n1anos de

su perseguidor... Sin duda los moralistas pensarán que

tanto mejor lo hubiese pasado, teniendo un oficio, como

las abejas, y siendo ordenado como las hormigas.

Pero él seguramente desdeñaba toda esa muchedumbre

de bichos pequeños, ó creía, por lo menos) que cada ser

obedece en el mundo

á

la tiranía de su idiosincracia,

á lo cual solemos llamarle nuestro destino. Además,

lanzado ya en esas tortuosas veredas, á los albures de

la suerte, aún le quédaba larga vía por recorrer. Cierto

que no podría soñar ahora con el chiquero próximo,

donde la última noche le desterraran á balazos ...

¿

Á

qué soñar tampoco en las gallinas del chacarero aquél,