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RICARDO ROJAS
Haz un esfuerzo ; endulza mi tristeza.
Xo ine acuerJo ...
Un triste ... una vidalita ... algo para uno qne
Ya
{t
morir. Y el carancho envanecido con el elogio, alzó la
vista al cielo como para abstraerse y recordar. Y fué pre
cisamente en ese instante de distracción que el zorro
apro-vechó para escabullirse, bajo las propias alas d
1
pájaro, abiertas ya para el primer graznido con que
iba
á
preludiar. Vino el Tigre, y fué vano que el caran–
cho se excusase con la astucia del prisionero, pues
aquél, -
ya colmado de burlas, -
por sonso y vani–
doso le destrozó.
~~_.._,__ aliarse
el perro con el zorro, ad–
virtió el
p~ ~n
a cau a de las pérdidas
y
derrotas de
su cabrero, y ordenó que lo alimentaran mejor. Con
tan opíparo régimen, éste fué recobrando el lustre y
fuerza de sus antiguos vigores. De suerte que, después
del últiino percance de Juan, el mastín consideró opor–
tuno comunicar
á
su cómplice que el pacto de esa in–
moral alianza había terminado. Acaso mortificaban
á
su
ingénita bondad canina, compromisos que sólo han1-
briento
pudo aceptar. O bien, como
tantas veces
ocurre, prefería romper esa relación, para no dis–
gustar
á
un poderoso : el Tigre. Al oirlo, el zorro, gran
sofista, cercóle con nuevas razones,
y
no dejó de chan–
tarle que
á
sus tretas debía su presente fortuna. La