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RICARDO ROJAS

venas de los dos sangre de una inisma fa1nilia

?. . .

El

Hombre :

¡

ese era el enemigo común

! ...

Todo se reme–

diaba con un cabrito gordo que le dejase llevar de tien1po

en tiempo. Si el amo se quejaba alguna vez, él dijese

que siempre habría de aporrearlo el zorro, desde que lo

tenían tan hambriado. Pero ni el caso habría de llegar:

simularían luchas

y

avanzarían hasta las misn1as tran–

queras de la casa

y

junto á las ramadas del chiquero.

Al separarse aquel día, estrecharon las inanos en signo

de alianza, mientras sin duda el zorro pensaba que la

pobreza es la tierra más fertil para la simiente del mal.,

y

que el mayor de os adversarios es el hambre de nues-

Todo resu tó como lo calculase la previsión de don

Juan. El perro engordaba; engordaba el zorro también;

gozaban ambos de ventura

y

de paz, pero un suceso

inesperado vino á turbar las alegrías de éste último.

Una tarde,, encaminándose á la dehesa donde apa–

centab3: el perro su ganado, el Tigre le salió al en–

cuentro. Fué grande la sorpresa, pues creía que des–

pués de tanto tiempo le hubiese perdonado. Corrió

á

meterse en una cueva ; pero fué su desgracia que ni lo

agarró de la pata, ni . había otros animales, ni recurso

alguno, con que pudiese burlar

á

su perseguidor. El

Tigre quedó á la puerta, dispuesto á esperar su salida

ó hacerle perecer en

semeja~te

asedio. Como el prisio-