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EL PAIS DE LA SELVA

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Lo que hay de común en todas estas fiestas es el baile

y la preponderancia del espíritu sobre la forma. Esta

raza que asimiló tan ad1nirablemente la esencia de la ci–

vilización colonial, hasta crear una mitología

y

un cau–

dillismo propios, peculiarísimos, inconfundibles, -

no se prendó de las exterioridades decorativas. Baste

saber que durante el siglo xv111, cuando en Santiago,

'metrópoli del país de la Selva, funcionaba el cabildo que

gobernara la región, se realizaban en la villa, cuadros

escénicos

y

festivales públicos

1

á la usanza española. En

aquella ciudad mediterránea, celebróse con pompa la

Jura del Rey F ernando VI.

y

en

1771,

se repitió con

más boato la

cer~mQ

ia, al ascender al trono de las

Españas , el m

on Carlos

111.

La corporación

destinó una se

n

ra las fiestas, al cabo de la cual,

autoridades

J

a itos volverían á los lutos por el sobe–

rano antecesor. Celebráronse cuatro días de

corridas de

foros

;

dos de comedias ; - ·

«

á pesar de ser tierra

tan corta de sujetos adecuados para el asunto,

» -

dice

el .acta capitular; dos días de ·saraos ,

«

consistentes en

mojigangas que r epresentaron los gremios , de por sí ca-

. da uno

» ;

luminarias durante las siete noches de la se–

mana ; y por fin el domingo, asistencia de cabildantes,

cabos militares y demás

funcionario s ~

y todo el pú–

blico, vestidos de gala, al

Te Deum

solemne que se re–

alizó en la Matriz, co:i;i el sermón de las honras. Estas

representaciones antiguas, y otras de carácter religioso,

CC?mo los autos sacramentales, han sobrevivido en di-