EL MARQUÉS DE CASTEL-FUERTE.
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sas. Arrollados
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el número, murieron unos diez y
ocho en la reyerta, y pocos fueron los que, buscan–
do la salvacion en la fuga, dejaron de salir mal he–
ridos. El terror
ár
los vencedores hizo, que se asilá–
ran en las iglesias los que podían temer su saña; el
vicario con el Santísimo Sacramento
y
el clero ente–
ro recorrieron las calles para aplacarlos; despues de
una noche de agonía renació la calmcL , habiéndose
aquietado con la condicion de que no se admitiria
corregidor europeo,
y
se elegirian iempre álcalde
españoles naturales del país. Don Francisco Rodri–
guez Castro, uno de los aceptados por los mestizo ,
despues de crear alcaldes para sostener el "órden en
cada barrio,
y
sabiendo, que Calatayud amenazaba
con convocar su gente, le llamó
á
su casa, le con–
dujo
á
.la cárcel, le formó sumaria,
y
en aquella
misma noche le hizo dar garrote. Los restos del
confiado capitan fueron expuestos en lugares pú–
blicos para escarmiento de sus cómplices. De éstos
ordenó el severo Virev, que fueran ajusticiados unos
veinte;
y
con oqasion del nuevo alboroto, en que
mataron al juez enviado para castigarlos, fueron
hasta veinte
y
ocho los muertos
á
manos del ver–
dugo. El Gobierno se lisonjeó de que con tan duro
escarmiento se babia asegurado 1.a perpétua paci–
ficacion de Cochabamba, creyendo que se debian
dar gracias
á
Dios por el reparo de los delitos
y
por
la consiguiente represion de mayores iniquidades.
Sin lamentar otras desgracias, se llevó
á
cabo la