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D. JOSÉ ABASCAL.

cia, Fernando

Vil

y

Oárlos,IV fueron obligados

á.

renunciar sus derechos

á

la corona de España,

y

·por el mero beneplácito e Napoleon le fué dada

á

su hermano José, que reinaba ya en Nápoles.

Tan extrañas perfidias

y

tan irritantes ultrajes

no eran para ser soportados por los arrogantes

y

leales descendientes del Cid. La España entera,

como si estuviese animada por un solo espíritu, no

tuvo otro pensamiento, que el de acabar con sas in–

v~sores

, sin detenerse ante la desigualdad de fuer–

zas, falta de recursos

y

cautiverio de s.u amado

rey.

En todas las capitales se organizaron juntas de go–

bierno, y en los despoblados, como en las ciudades,

se prepararon

á

combatir sin tregua, ni misericor–

dia, los ancianos lo mismo quelos hombres robus–

tos,

las mujeres

y

los eclesiásticos. La victoria de

Bailén, alcanzada por los españoles contra ge–

nerales de gran nombradía el 19 de Julio, abrió

para las invencibles armas del ·imperio una era de

reveses, precursores de la mayor catástrofe ; y la

defensa heroica de Zaragoza , que renovaba los

gl~riosos recuerdos de Sagunto

y

de Numancia, pro–

bó. que para el triunfo definitivo serian estériles

los

laurele~

cosechados en la península por el audaz

usurpador. Sorprendido éste por tan terrible alza–

miento, voló

á

sofocarle con el irresistible ascen–

diente de su genio y de su pujanza. En efecto, con

la presencia del gran Napoleon la victoria siguió

por doquier á las huestes francesas,

y

la Junta Cen-