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D. JOSÉ ABASCAL.
ministracion. Pocos jefes tuvo el
~erú,
que supieran
hacer olvidar, como él, lo vicios del absurdo sis–
tema colonial con ·el celo i · strado en promover los
.intereses
1
públicos
y
con su admirable sagacidad
para conciliarse la benevolencia general.
Las autoridades españolas necesitaban estar muy
s0bre sí para no caer vergonzosamente en el terri–
ble sacudimiento, que amagaba en América
y
en
la península. Miéntras en las Pampas argentinas se
agitaba impaciente el indomable gaucho brioso de
alma
y
cuerpo, cerca del remoto Orinoco
desplega~
ba igual pujanza
é
instintos de independencia el
intrépido llanero de Venezuela: ambos iban á ser
fortísimas celumnas de la jóven América, llamado
el primero á independizarla por los entendidos hijos
de Buenos-Aires,
y
excitado el segundo por su com–
patriota Miranda, que habia sido favorito de Cata–
lina II
y
general de la
repúb~ica
francesa. El cau–
dillo venezolano fracasó en la tentativa revolucio–
naria, que acometió en
1806
con el auxilio de los
ingleses; pero dejó sembrados los gérmenes del le–
vantamiento en aquella tierra candente. que debía
dar
á
la independencia los caudillos más osados, ,
más constantes
y
de talentos iguales
á
su arrojo .
.Entre tanto la monarquía se estaba hundiendo en
el abismo de la debilidad
y
corrupcion. La marina,
que, con un yastísimo imperio colonial, debía pre–
sentar la mayor fuerza
y
que bajo Cárlos Ill llegó
á
c0ntar 76 navíos
y
51 fragatas, apénas ofrecía seis