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D. MANUEL GDIRIOR.

los grandes accidentes del terreno y la enmarañada

selva. Con alguna alarma se estableció un fuerte·

·en la confluencia del Chanchamayo

y

Osabamba,

sitio donde debia fijarse una colonia agrícola, pro–

tegida por un destacamento de soldados. Llegaron

á conce.birse esperanzas de vivir en paz con los sal–

vajes; pero, disipadas en .breve, el deseado estable–

cimiento pereció en su cuna en el siguiente gobier–

no. Los habitantes no podían resistir al no acos–

tumbrado clima y á las privaciones, inevitables,

miéntras el cultivo no enriqueciese aquel suelo, tan

abandonado, como fértil. Aterrában.los , ya la gri- ,

tería de los chunchos, semejanté al estruendo de la

tempestad en lo alto de la cordillera , ya la grani–

zada de flechas, que solían venir por la cima de la

espesa arboleda , disparadas con extraño acierto por

manos invisibles. En su pavor creían los colonos,

que todos los salvajes se habían concertado en la:

inmensidad de los bosques púa asegurar su exter–

minio, y abandonando su ma.ltratado hogar, hu–

yeron

á

la sierra.

Sin necesidad de llevar las luces de la relig ion á

la oscura selva, los amigos de la ilustracion tenían

mucho en que ejercitarse, instruyendo

á

los indios

medio civilizados. Las escuelas de primeras letras ,

acordadas por la ley para todas las doctrinas, en

ninguna tuvieron existencia asegurada, faltándoles·

locales , competente dotacion, útiles, maestros

y

alumnos. El Virey propuso su plantificacion gene-