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. D. MANUEL GUIRIQR.
la luz del Evangeli9>
y
las reglas de la vida
á
inte–
ligencias
rud~s
y
.extraviadas; enseñaba las
práo~
· ticas más útiles del
esta~o
civil; inspiraba previ-–
sion
á
los que estaban acostumbrados
á
vivir sólo–
para el dia; abria
~eguras
rutas al borde del abis–
mo; fabricaba puentes junto al peligroso vado; da–
ba asilo
y
recursos al forastero sin amparo; conte–
nia los desmanes de los corregidores
y
más de una
vez les salvó del furor del pueblo; socorria
á
la
fa~
milia del mitayo,
y
cuando no podia con sus auxi–
lios, templaba la miseria de su oprimida grey con
los consuelos religiosos, cuya
fuer~a
hada resaltar
con su ejemplo venerable.
La secularizacion de las doctrinas, alejando del
claustro muchas vocaciones bastardas, habia dismi–
nuido el número de ,frailes y hecho muy raros l@s
escandalosos desórdenes. En el sosiego de los con–
·ventos vivian graves varones de ciencia
y
virtud,
siendo admirados , ya en la:s consultas , ya en la cá–
tedra del Evangelio, y edificando á la ciudad con
.su ejemplo. Mas todo el celo
de
los visitadores,. aun•
que tenian ya concluidos
6
muy adelantados sus
proyectos de reforma , no podía conseguir, que la
mayoría de los religiosos se redujese
á
la vida co.w
mun, desterrada por abusos seculares. Tambien
iban siendo ménos numerosas las monjas y más ra- '
ros los escandalosos altercados, áun entre las en–
cerradas en conventos grandes . Sin embargo, al-·
gunas recoletas necesitaron, que el Arzobispo
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