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D. MANUEL AMAT Y JUNIENT.
Los crímenes de la cobranza excedian á los enor–
mes excesos del repartimiento. Al pago del primer
plazo alcanzaba apénas el precio del efecto, reven–
·did0 tal vez al mismo vendedor inicuo; para el se–
gundo se embargaban las cosechas, y para el ter–
cero y último, se remataban las tierras
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ganados,
se deshacia la casa para rematar puertas, tejas ,
y
piedras, se confinaba al deudor en un obraje
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en
una hacienda de caña; habiendo esperanza de co–
brar con el socorro de los suyos , se le sepultaba en
una cárcel más
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ménos
incóm~da
y
distante. Cier–
to
Corregidor
constrtJ.yóuna en sitio muy húme–
do,
y
para aterrar
á
los presos, la llen6 de .saban–
·dijas y culebras; habria sido inmolado por la in–
dignada muchedumbre, si no se asilára·en la igle–
-sia y no dejára al prudente cura quemar su libro de
créditos. Al cobrar en las cosechas se falseaba la
·medida y bajaba el precio de los granos para re–
venderlos en seguida al pagador, quien los necesi–
taba para su propio sustento
y
se adeudaba más, to–
mándolos muy caros. Para especular con los ebos
se hacían pasar por machorras las terneras preña–
das. Una infeliz madre,
á
la que el marido habia
dejado una vaca para que se alimentasen con la le–
-che y requesones ella y sus cuatro hijos, imploró
en vano la piedad de los inhumanos cobradores,
y
viendo muerto el animal. que era la providencia de
su familia
y
al que no podia devolver la vida con
sus sollozos, espiró de dolor sobre él
y
quedaron en