D. MANUEL AMAT Y JUNIENT.
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p.esos. Con tal de que hubiera algo en que cobrar,
no se eximían del repartimiento, ni las mujeres, ni
áun los muertos. El Corregidor de Cotabambas,
para repartir los suyos, aguardaba la partida de los
mitayos, embriagándolos bien; v_estia con lujo,
adornaba con gallardetes
y
honraba con el toque
de clarines y cajas á ' cuantos recibían
y
pagaban al
contado su mercancía; miéntras"los que á ello se
resi tian, eran cubiertos de vestidos despreciables
y
humillados con el estruendo de trompetas y cencer–
ros. En otra provincia, un infeliz, que se lamentaba
de tales excesos .
fué
sacado á la vergüenza con un ·
hueso de difunto en la boca, como si hubiera sido
.un blasfemo. La iniquidad era tan enorme en la es–
.pecie de efectos violentamente repartidos, como en
.la exageracion de los precios. Hubo quienes obliga–
.ran '
á
co_mprar los rosarios como un remedio contra
los cotos
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paperas, vendieran á cuatro pesos las
varas de cinta ordinaria .como un adorno forzoso
de los milieianos,
á
ciento sombreros, que apénas
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valían cinco; dieran por buenos los géneros medio '
consumido por incendios, y distribuyeran
á
su an-
. tojo agujas, serierías, anteojos, medias
y
~oda · suer
t
de maulas entre gente, que no conocía tales su–
perfluidades
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carecía de objetos más
indispensa~
bles. Las existencias de un Corregidor, sorprendi–
do por la muerte en su abominable tráfico, y apre–
ciadas por él en 150.000 pesos, fueron rematadas
_en solos 400.
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