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DI C R' O

PRl\l.l~WiAlt

incurrir en falta de pudor, y otras poi' ostentar prudencia rayaba

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pusilanimidad:

La cámara de los diputados estaba llena de restos de los partidos

revolucionarios,

y

no había ·ninguna fraccion politica capaz de sostener

con dignidad al gobierno. No era posible que hombres tales como Shaf-

. tesbury

y

Buckingham orga01zase

semejant~s

partidos y solo para ad–

quirirse prosélitos andaban recorriendo todas las filas, y tanteando toda

clase dt3 recursos. u polilica era impúdicamente contradictoria · incon–

secuente : unas veces hacían estrechas alianzas con la Holanda ; otras la

vendían á los intereses de Luí XI sin mas norma que la momentánea

nece idad que tenian de utilizar el celo de lo protestantes ingleses,

ó

el favor del gran rey estranjero.

Eran tolerantes con lo sectarios por respeto aparente

á

lo dere ho

de la conciencia, pero en realidad solo por complacer al rey que deseaba

protejer los católicos. Tampoco eran consecuentes en este particular,

pues a i que veian síntomas de irrilacion en .la cámara corrían presnro-

os á pedir al rey la sancion de rigurosas medida contra los atólico .

u política interior y e terior no presentó, por decirlo de una vez , mu

que una continua série de ensayos

y

contradiccione : sus mas equita–

tivas medidas no fueron mas que medios de corrupcion

y

de soborno ais–

ladamente adoptadas ó suspendida arbitrariamente

y

siempre despro–

vistas de solirlez

y

de incericlad.

Alguna vez tanto en_ lo interior como en lo esterior del parlamento

solia el público dejar e prender en e as redes, llOrque nada puede com–

pararse con la precipitacion que las pasiones populares manifiestan en

creer lo que les agrada, óen escusar todos lo defectos de us idolos. En

tales casos obtenían los miembros del ministerio de la Intriga algun favor

por parte del público; pero no era mas que una llamarada tan fácil en

brillar como en apagarse. u vida licenciosa, la notoria perversidad de

us costumbres, la veleidosidad de su conducta

y

la vanidad de sus pro–

mesas chocaban con el sentido moral del país que á pesar de tantos e -

{)ándalos y aberraciones conservaba un sólido fondo de virtud

y

de fé.

Algo mas habría hecho el pueblo que indignarse si hubiera sabido que

u rey de acuerdo con sus principales consejeros concluía un tratado

secreto con Luis XI mediante el cual se comprometía

á

declararse ca–

tólico asi que le fuera posible hacerlo con alguna seguridad, y entre

tanto vendía por algunos millones la independencia de la politica

y

de las

in tituciones de su r ino.