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HISTOnIA
adopcion del bill sobre los obispos, diciendo que Ja milicia era asunto d'C\
mayor importancia; que con la espada podría reconquistar el terreno,
que entonces seria fácil declarar nulo un consentimiento que la violencia.
hubiese arrancado. ((Es de este parecer Hyde? preguntó el rey.-No,
señor, o lo confieso; antes por el contrario, piensa que ni
nno.niotro
bill debe ser sancionado.-Tiene razon, y asi píen oyo.
1>
.Colepepper
fué
á
hablar con la reina, le pintó Jos peligros del monarca y los suyos pro–
pios, sin olvidarse de los obstáculos que encontraria en su viaje, único
medio de poner al rey en estado de vencer un dia á sus enemigos.
Asus gesto
y
á
sus palabras, la reina tan propen a á dar entrada
al.miedo como
á
la esperanza, y no muy amiga por otra parte de los
obispos anglicanos, se dejó persuadir fácilmente. Corrió en busca de su
marido, rogó, lloró
y
se deshizo en esclamaciones por su seguridad, por
· ·u porvenir, y por el de sus hijos. Cárlos era incapaz de resistirla,
y
ce–
dió con tristeza, como en la cau a de trafford , autorizando
á
los comi–
sionados para que firmasen en su nombre el bill; pero no habló de la
milicia,
y
partió á poco para Douvres, donde debía embarcarse la reina.
Apenas Jmbo llegado cuando se encontró oon un mensaje de Ja cá–
mara baja que daba mas importancia al decreto sobre la milicia que á la
csclusion de los obispos, ya vencidos
y
encarcelados. e habían apresu–
rado los repre entantes del pueblo á redactar su decreto ,
y
añadiendo
además los nombres de los que debían mandar en cada condado, y de–
mandando para todo una pronta sancion.
(~
Jecesito tiempo, dijo el rey,
contestaré á mi vuelta.
n
Al volver del embarque de la reina (28 febrero
de 1642) se encontró con un nuevo menaje en Cantorbery, mas apre–
miante que el anterior. Supo al propio tiempo que Ja cámara baja se
oponía á la partida de su hijo Cárlo , príncipe de Galles, al que quería
llevarse consigo al Norte ; que el procurador general Herbert era perse–
guido por haberle obedecido con acusar
á
los cinco miembros; y que en
fin habian interceptado
y
abierto una carta de lord Digby
á
la. reina.
Tanta desconfianza despues de tanta concesiones le ofendió sobre ma–
nera, como si estas hubiesen sido sinceras. Trató
á
los roen ·ajeros agria–
mente, sin decidirse por nada. Al llegar
á
Greenwich encontró al prín–
cipe, al que su ayo el marques de Hertford babia conducido
á
aquel
punto á pesar
d~
la prohibicion de la cámara. Tranquilo entonces por su
mujer y por sus hijos, envió á las cámaras su respuesta. Ofrecía confiar
la milicia
á
los comandantes que se le designaban, pero conservando el
derecho de revocarlos, y
esc~ptuando
de esta medida
á
las principales