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DE LA REVOL CION DE JNGLATEllRA.
1Í7
de la junta se
hizo
pompo amente en Guildhall donde la e peraba una
crecida guardia
1
y
donde le salió al encuentro una diputacion del con–
sejo municipal, que puso
á
su disposicion todas la fuerzas y el ser.vicio
de sus habitantes. Sus sesione fueFon tan activas como las de la cámara; '.
todos sus miembros tenian derecho
á
asistir
á
ellas; alli inmediata estaba
la casa que servia de asilo
á
l0s cinco actISados, y nada se hacia sin !Os
consejos de estos. Muchas veces pasaron en persona
á
la junta,
y
el
pueblo los aplaudía, envanecido de poseer
y
custodiar á sus represen–
tantes. En medio de su· victoria hábiles manejos enardecían su celo y
daban pábulo
á
sus terrores. Cada vez mas se iba estrechando la alianza
de Ja cámara y del pueblo. Por últimO', aquella junta, por su sola auto–
ridad
y
como si fuese la cámara misma, publicó una declaracion que
contenía el resultado de su:; investigaciones. Entonces el consejo munici–
pal dirigió al rey una peticion quejándose de lo ' malos consejeros, de los
caballero , de los papistas, del nuevo gobernador de la torre, abrazan–
do la cau a de los cinco miembros, y pidiendo toda las reforma que
la cámara baja baLia dejado entrever.(7 de enero
1642).
El rey
~uedaba
solo en Whiteball ,
perd~da
la confianza de sus mas
fieles partidarios. Aun los mismos caballeros se dispersaban intimidados
ó guardaban silencio. Provó á responder
á
los municipales, ordenando
de nuevo el arresto de los acusados, pero sus contestaciones se babian
desacreditado a,
y
sus órdenes no tenían efecto. upo que dentro de
dos dias abriría la cámara sus sesiones
y
que Jos cinco miembros serian
conducidos pomposamente á Westminster por las milicias, el pueblo,
y
aun por los marineros del Támesis, cuya confianza creía poseer :
<<
¡
Co–
mo pue
!
dijo con enfado, ha ta esos ratones de agua me abandonan ll)
Estas palabras divulgadas entre los marineros fueron recibidas como nn
insulto que debía ser vengado. Cárlos no pudo resolverse
á
ver pasar por
delante del palacio á sus enemigos en triunfo. La reina , tímida
é
ira–
cunda á un mi mo tiempo, le conj"qraba á que se alejase; por otra parte,
lo
realista~
y
los men ajeros enviados
á
distinto puntos del reino pr©'–
metian seguridad fuerza; los caballeros, vencidos en L6ndres,
exag~raban su alimienlo en los condados : lejos del parlamento el rey seria
libre, sin él, ¿qué podria el parl.amento? dopt6se la resolucion; se
con ino en que se retira e
á
Hamploncourl, en seguida ma lejos si
preciso fuere ; se e pidieron órdenes secretas á lo gobernadores de al-
unas plazas on uyo afecto parecía pod r contarse; el conde de New–
ca lle partió para el orle, donde era grand ) su inOuen ia ;
y
el 1
O
de