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sus lejanos dominios de América era
cosa natural que ccprocediera con ex·
cesivo rigor
y
despotismo)), (Discurso
pág.
7.)
En
l~
rivalidad entre virreyes
y
ar·
zobispos debe mirarse un caso particn·
lar de la permanente en que vivían Ja
autoridad civil
y
la eclesiática; un dé·
bil reflejo de Ja competencia de los
Monarcas espafioles
y
los Papas. Re–
cuérdese el saco de Roma por Carlos
de Borbon; Jos disturbios sangrientos
del reino de Nápoles en los dominios de
Espafia por el pase de buhis; Ja guerra
de Paulo IV y¡de Felipe ll; la politica
de él con la Santa Sede; Ja
iut
ansi·
gencia con que sostenía el Patronato
real al extremo de alegrarse si en bene·
:ficio de su poder era humillado el Pa·
pado, de decir que no con taba por
bue–
na autoridad al alcalde
ó
corregid~r
4·
no hubiera sido siquiera diez veces
excomulgado, de tener por otra parte
que halagará la Inquisición, balagair
al episcopado, halagar al clerqpasta el
generaJ de buen juicio,, también considera
entre las causas de la decadenoif. de Espa–
na ((el carácter distip,tivo de un
pueblo
que
llevaba
á
la
exageración sus creencias,
q tl-8
las
practicaba
lealmente sin
temor
á
las
fa ·
tales cons,cuencias
q'tie
habrbn
de
produ–
cir».
[Picatoste, Estudios
~obre
la
gran dP.·
za
y
d~cadencia
de
Es paíb, tomo III,
Madrid 1887, pág. 18.]