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Prólogo.

LXIX

rosísimo tan real y positivo como ·el diablo del Guaca y

la estrepitosa Dabaiba; sus estados venian á caer entre

los rios Cáuca

y

Magdalena, de Guamocó á Mompox,

y acaso más al oriente todavía, .desde la sierra de la

Nueva Pamplona hasta la de ·las Palmas

(a).

Cáéeres ·

tuvo ya noticias suyas, cuando entró á socorrer á don

Alonso de H .eredia hasta Tococona ó Pueblo Nuevo,

y

los indios que se las dieron se brindaron á ponerle

en la córte de Urute con los soldados que quisiese lle–

var; no estaba en su mano entónces aprovecharse de

la espontánea y tentadora oferta, y más tarde, su ene–

mistad con el gobernador vino á incapacitarle para el

desempeño de cualquier cargo de confianza. Pero esa

enemistad se convertia ahora en mérito relevante para

J uan de Vadillo, que no dejó tampoco de tener en

cuenta la pericia de Alonso de Cáceres,

y

que este ca–

pi~an

habia sido el primero que tuvo nuevas del Urute;

por todo lo cual se resolvió á elegirle para dicha

conquista.

En su demanda, pues, acaudillando cien

peon.es

de

los buenos, treinta ginetes y veinte macheteros para

abrir los caminos, y llevando ciento veinte caballos

(a)

PG>co más

ó

méno entre los 7º

y

9º lat. sept.

y

los 3oz<>

a

304°

long. orient., merid. de Tenerife.

*****