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28

Apéndices.

cosa hubiese necesidad de proveer, lo pudiese hacer con

más brevedad, sin aguardar que desde Lima se lo enviase

á mandar, despues que allí se diesen [viesen];

y

visto lo

que Villalobos de los seis escribie

y

la sospecha que dellos

formaba,

y

con la mala gana que él iba á Lima, parecién–

dole cosa grave

y

de gran desacato

y

al~ve

aquella para

que le llamaban, estuvo muy perplejo si iría ó se metería

en un navío, que en el puerto de aquella ciudad ha bia,

y

iría en busca de aquellos navíos, para meterse en ellos, si

trajesen la voz de S. M. Pero considerando cuán incierto

aquello era

y

que no habia nueva que Tierrá Firme estu–

viese sino por Gonzalo Pizarro, de donde aquellos navíos

parecía habían de venir,

y

cómo todo lo del Perú estaba

por él, sin haber pueblo ni hombre que en aquella sazon

t0,.ostrase

ot.ra

cosa, ántes parecía estaban todos tan debajo

de su mano que le amaban y deseaban servir con vidas,

personas y haciendas; no osó sino determinarse

i~

á

Lima,

y ansí se partió en compañía de Fr. Pedro y Fr. Gonzalo,

frailes de la Merced y grandes apasionados de Gonzalo

Pizarro, y de otros de aquel pueblo. Y en la primera jor–

'nada, yendo caminando, se le cayó de la vaina la espada, y

tomándola el caballo entre las piernas se desjarretó; y con

la perplexidad que llevaba, bastó esto por pronóstico para

no continuar el camino y volverse

á

su casa ·y hacer lo

que ántes había pensado; y fingiendo que quería volver

á

tomar otra cabalgadura, dijo

á

los que con él iban conti–

nuasen su camino,

y

que si ántes que él llegasen

á

Lima,

dijesen

á

Gonzalo Pizarro lo que babia acontecido, y que

luego seria con él;

y

se volvió á Trujillo.

[Cap.

50,

f.º

103,

col.

1

.ª,,

lín.

30.]

[Lib.

2.º,

cap.

71,

f.º

177,

col.

1.ª,

lín.

23.

Princ. dt cap.]

nPar:–

tidos que fuimos de Taboga, considerando cómo ya los

tiempos y corrientes eraµ tan contrarias para la nave–

gacion, que se había de temer cairiamos

á

la Buena Ven–

tura, á donde aquellas corrientes van y hacen remolino,

y

donde no se puede sino tornar

á

arribar á Tierra Fir!Jle;

procuramos de subir la costa arriba hácia Nicarag4a, hasta

las islas que dicen de Quicari, desde donde nos pareció

que podriamos atravesar aquel golfo y que, aunque el