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Capítulo

Ll.

algunos de sus capitanes que, con la más gente que

pudiesen, fuesen hácia el Cuzco

y

matasen todos los

cristianos que pudiesen, y lo mismo

á

los indios sus

amigos, quemando

y

destruyendo sus pueblos. Y ansí,

salieron de la provincia de Vitícos lo mejor aderezados

que pudieron, y allegaron á los pueblos que están co–

marcanos al Cuzco, haciendo todo

el

más daño que

podian; de lo cual en breve espaci-G fué la nueva á la

cibdad del Cuzco,

y

sabida por Diego Maldonado,

mandó

á

un criado suyo que fuese á ver si era verdad,

el

cual, llegado cerca de donde venian los capi tanes

del Inga, fué muerto por ellos; los cuales, con mucha

crueldad,

~ataban

á los moradores de las provincias

donde ellos eran naturales.. Y como en la cibdad del

Cuzco se supo la nueva cierta, temieron grandemente

el

poder de M ango Inga, y el capitan Diego Mal–

donado, por haber llevado Gonz¡lo Pizarra todos los

caballos, mandó recoger todas las yeguas-que hobiese;

porque no hay otra fortaleza para resistir el índico

furor, que es los españoles en los caballos. Pues como

los indios viniesen robando

y

asolando las provincias,

allegaron hasta seis leguas del Cuzco, d donde no

osaron pasar adelante, temiendo el esfuerzo de los es–

pañol~s

é

con

el

denuedo que suelen pelear. El capitan

Diego Maldonado mandó que todos los españoles que

hobiese, hasta los clérigos, saliesen en sus caballos y

sus lanzas en las manos

á

la plaza, para que la nueva

fuese

á

los indios del cuidado que tenia; y ansí mismo

mandó al licenciado Antonio de la Gama que fuese

con algunos españoles hasta la puente de Apurima

á