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Capítulo XXXV.

el servicio del Rey; mas no quiero parar en dichos vul–

gares, pues es una contusion varia y nunca cierta, pues

sabemos que nunca dan en el blanco de la verdad,

aunque parezcan no alejarse mucho de ella.

Determinada, pues, la ida por

el

obispo, salió de la

cibdad de

~os

Reyes,-yendo con él un compañero suyo

llamado fray Esidro de

Sa~

Vicente, á veinte dias del

me_s de Junio del mesmo año. Salieron para le acompa-

, ñar en aquella jornada, don Juan de Sandoval, Luis de

Céspedes, Pero Hordóñez de Peñalosa y dos clérigos,

llamado

el

uno Alonso Márquez y el otro Juan de

Sosa. Y tomando, ·pues,

el

camino marétimo de Los

Llanos, anduvo hasta llegar

á

un pueblo llamado Yca, á ,

donde encontró con un Rodrigo de .Pineda, el cuál

venia del Cuzco

y

afirmó ser ya salido dél Gonzalo Pi–

zarro, y que si el obispo fuese por Los Llanos, que lo

erraria. Con el dicho <leste, determinó el obispo de su–

birse á la sierra para salir al pueblo de Gualle, reparti–

miento de Francisco de Cárdenas, vecino de Goa–

manga.

Pues como

el

visorey entendiese que ya era pública

la alteracion de las provincias de arriba y que Gonzalo

Pizarro y los que con él se juntaban, no obstante las

muchas palabras feas que en desacato del Rey decian,

se aparejaban para venir con mano armada á obrar y

estorbar que no se cumpliese su mandamiento real,

despues de haber tomado su parecer con Francisco

V

elázq~ez

Vela Núñez, su herman?, y con Diego Al""

varez de Cueto, don Alonso de Montemayor y otros

caballeros de los principales que estaban en Los Reyes,