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La Guerra de Quito.
ra, diciendo que habia de hacer sobre aquella fea haza–
ña gran castigo. Y tenia gran sospecha de los veci–
nos, no fiándose dellos ni creyendo cosa alguna de lo
que ledijesen; yellos, por el consiguiente, temian gran–
demente no les hiciese algun daño.
CAP. XXXIII.-De cómo el visorey, viendo que
los oidores no venian, mandó apregonar las
ordenanzas públicamente;
y
de la
pr~·sion
de
Vaca de Castro.
P
OR
las cosas que vamos relatando
~endrá
el letor
noticia de cómo allegado á Los Reyes Blasco N
ú–
ñez Vela, habló á la cibdad alegremente diciendo, quél
no ej ecutaria las leyes hasta quel audiencia fuese fun–
dada, y lo que más pasó con
el
tesorero; mas, como él
fuese nuevamente venido de las Españas, á donde la
magestad de nuestro R ey es obedecida en tanta manera,
que cualquier provision ó mando, aunque más riguro–
so parezca y sea llevado por cualquiera persona, se eje–
cuta y cumple sin excusa alguna;
y
no conosciese cuán
doblada es la gente que este reyno vivian,
y
la gran
soltura que habian tenido en lo pasado, no obstante las
nuevas que habían venido del alboroto que habia en
la cibdad del Cuzco
y
de la llevada d 1 artillería, hizo