Capítulo X.
parte, llamándose desdichados y faltos de ventura, pues,
habiendo con tanto trabajo
y
fatigas descubierto la
provincia, les era pagado tan mal. El capitai:i Alonso
de Cáceres por su parte procuraba quel alboroto cesase,
pues no aprovechaban nada aquellas palabras. Y dejan–
do esto, concluyamos con la venida de Carvajal.
Pues contamos habia sido con voluntad de se ir
á
España, conosciendo por la espirencia que de la guerra ,
tenia, que no podria estar el reyno en paz ni dejar de
haber alborotos en las más provincias dél con la venida
del visorey; y aunque por su parte lo procuró mucho, los
del cabildo de Los Reyes no le quisieron dar nada ni
despacho, como hicieron los del Cuzco; y queriendo
meterse en alguna nave, no pudo conseguir su deseo,
á
causa de que las justicias no querian dar lugar
á
que
ningun navío saliese del puerto hasta que el visorey
viniese. Y visto el poco remedio que allí tenia, acordó
· de se ir
á
la cibdad de Arequipa, creyendo en el puerto
de Quilca podria hallar nave en que pudiese cumplir
su deseo; y con toda priesa se salió de la cibdad de Los
Reyes, llevando lqs dineros que tenia, y adevinando la
gran calamidad que habia de venir por todo el reyno.
Mas tampoco halló aparejo en el puerto de Qui.lea
como en
el
de Los Reyes, porque Dios era servido que
no saliese de la tierra, sino que fuese azote suyo y cas–
tigo de muchos, como lo fué, pues tantos y tantos
murieron por su mandado, que es harto dolor pensarlo.