La Guerra de Quito.
habia mandado á un Tomás Vázquez que fuese con
toda la presteza que pudiese á la cibdad de Arequipa,
llevando una carta de creencia, y dijese
á
los de aquella
cibdad, que no se alterasen ni ficiesen alboroto ninguno
con saber la nueva del visorey y de las ordenanzas que
traia, ,porque S. ·M., siendo informado de que no con–
venia á su servicio real que se ejecutasen, proveería
sobre ello con gran brevedad,
y
que enviasen sus pro–
curadores á Los Reyes, para la suplicacion
qu~
se había
de hacer. Tomás Vázquez se partió del Cuzco
y
llegó
al cabo de siete dias,
y
en la iglesia halló
á
los más de
los vecinos de aquella cibdad;
y
despues que hobieron
visto la carta de creencia, les dijo
á
lo que .venia,
y
les
mostró un traslado de las ordenanzas; el cual, como por
ellos fué visto, grande fué el alboroto que se hizo y
sentimiento que se mostró, tocando la campana como
si fuera pre gon de guerra. Tomó las ordenanzas en
la
mano un vecino de aquella cibdad llamado Miguel Cor–
nejo, con las cuales subió en el púlpito, donde se suelen
poner los pedricadores para hacer sus sermones; y al
repique de la campana se había llegado lo más del pue–
blo, y delante de todos comenzó
á
leer las leyes, y lle–
gando
á
donde
el
Rey mandaba que, muertos los en–
comenderos, los repartimientos se pusiesen en su cabe–
za real, decia
á.
grandes voces que no lo habían de con-
entir, sino perder las vidas ántes que vello ejecutado;
y
lo mismo decía sobre las ot ras ordenanzas que le pa–
rescian regurosas. Y.entre los que allí estaban no hobo
ménos ruido
y
tumulto que en Los Reyes,
y
andaban
como asombrados, discurriendo por una
y
por otra