Capítulo IX.
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y
su~
escribanos lo saben, que yo no lo puedo , saber;
aunque lo que fué y cómo pasó no lo inoro ni
el
letor
lo dejará de entender. Y ansí sabemos que Vaca de
Castro en este camino repartió
mu~hos
indios de los
que estaban puestos en su cabeza y de_los del marqués
don Francisco Pizarro.--Y
el
licenciado de la Gama era
vuelto á tomar la vara de teniente, porque en la cibdad,
cuando vino Juan de Barbaran con lás despachos,
nunca quiso entrar en los cabildos, ni 'se halló al reci–
bimiento del visorey.
¡Oh, Dios mio,
y
cuántas muertes, cuántos robos,
desvergüenzas, insultos, destruicion de los· natura–
les se apareja por las invidias destos hombres y por
querer consiguir mandos! ¡Pluguiera á tu divina bon–
dad que Vaca de Castro se sumiera en aquellas nie–
ves de P ariacaca donde jamás paresciera,
y
al ·visorey
'le diera un tal
dol.or, que en Trujillo,
á
donde
e~taba,
fuera su fin, pues lo hobo de ser en Quito c,on harta
afrenta suya; y á Pizarra
y
á Carvajal se abriera otra
cueva como la que en Roma aparesció
(a)
y
los tragara
y sorbiera! Siquiera,
faltan~o
estas cabezas, no rescre–
ciera en esta miserable tierra tantos males, pues bastaba
las dolorosas batallas de las Salinas y Chúpas. Los
pecados de los hombres eran tan inormes
y
la caridad
entre ellos tan poca, que fué Dios servido que pasasen
por tan grandes calamidades como el letor presto verá.
El licenciado de la Gama se partió para la cibdad de
(a)
T. Livio,
H1sT. AB
u. c., lib. VII, cap. VI.