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Capítulo IX.

35

y

su~

escribanos lo saben, que yo no lo puedo , saber;

aunque lo que fué y cómo pasó no lo inoro ni

el

letor

lo dejará de entender. Y ansí sabemos que Vaca de

Castro en este camino repartió

mu~hos

indios de los

que estaban puestos en su cabeza y de_los del marqués

don Francisco Pizarro.--Y

el

licenciado de la Gama era

vuelto á tomar la vara de teniente, porque en la cibdad,

cuando vino Juan de Barbaran con lás despachos,

nunca quiso entrar en los cabildos, ni 'se halló al reci–

bimiento del visorey.

¡Oh, Dios mio,

y

cuántas muertes, cuántos robos,

desvergüenzas, insultos, destruicion de los· natura–

les se apareja por las invidias destos hombres y por

querer consiguir mandos! ¡Pluguiera á tu divina bon–

dad que Vaca de Castro se sumiera en aquellas nie–

ves de P ariacaca donde jamás paresciera,

y

al ·visorey

'le diera un tal

dol.or

, que en Trujillo,

á

donde

e~taba,

fuera su fin, pues lo hobo de ser en Quito c,on harta

afrenta suya; y á Pizarra

y

á Carvajal se abriera otra

cueva como la que en Roma aparesció

(a)

y

los tragara

y sorbiera! Siquiera,

faltan~o

estas cabezas, no rescre–

ciera en esta miserable tierra tantos males, pues bastaba

las dolorosas batallas de las Salinas y Chúpas. Los

pecados de los hombres eran tan inormes

y

la caridad

entre ellos tan poca, que fué Dios servido que pasasen

por tan grandes calamidades como el letor presto verá.

El licenciado de la Gama se partió para la cibdad de

(a)

T. Livio,

H1sT. AB

u. c., lib. VII, cap. VI.