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CAPÍTULO XXVII

387

con verdad que la Inquisicion murió a las puertas del si–

glo en que vivimos, cúmplenos todavia citar aquí algunos

casos que ya dió a conocer la brillante pluma de nuestro

inolvidable compatriota i amigo, valiéndonos para ello de

relaciones de jentes que si un dia pudieron ser recusados

por herejes, hoi nos han de parecer no por eso ménos ve–

rídicas i auténticas.

ttDiscutiendo un dia, dice el distinguido viajero ingles

i

secretario de Lord Cochrane, W. B. Stevenson, con cierto

fraile Bustamante, domínico, acerca de la imájen de Nues–

tra Señora del Rosario, concluyó ex-abrupto, asegurándo–

me que oiría hablar de él mui pronto. Esa misma noche fuí

a un salon de billar, donde jugaba el Conde de Montes de

Oro. Noté que éste me miraba i que hablaba. en seguida

con algunos amigos que estaban del otro lado de la mesa.

Inmediatamente recordé la amenaza del pctdre Bustaman–

te, pues, sabia, ademas, que el Conde era alguacil mayor

de la Inquisicion.-Pasé delante de él i lo saludé: al instante

me siguió hasta la calle. Le dije que suponia tuviera algun

recado para n1í; preguntóme mi nombre-diciéndome que

asi era en realidad. Le dije que lo sabia, i que estaba pron–

to a comparecer al mon1ento. Despues de pensar un rato

añadió: 11Es este un asunto demasiado serio para tra–

tarlo en la calle," i 1ne acompañó hasta casa, donde me

comunicó, no sin cierta vacilacion, que a la rriañana si–

guiente debia ir con él al Santo Tribunal de la Fé; repli–

quéle que estaba pronto, i le habría hecho relacion de

todo, si él, tapándose los oídos con ambas manos, no hu–

biera esclamado: ¡oh! por amor de Dios, ni una palabra,

yo no soi inquisidor, a mí no me conviene saber los secre–

tos de la Santa Casa," agregando .el antiguo adajio:

uDel

Rei

i

·za

Inquisicion, chiton.

Solo espero i ruego a Dios

que sea V. un cristiano viejo, como yo." Me aconsejó de

la manera mas solemne que permaneciese en mi habitacion

i que ni viera ni hablara a persona alguna; que me pusiese

a orar i que por ningun motivo contase a nadie que él se

hubiese anticipado a comunicarme órdenes, porque ésto

era absolutamente opuesto a las prácticas de la Santa Casa.

Lo tranquilicé sobre egte punto, i le aseguré que volvería

con él al café i que lo esperaría a las nueve de la mañana