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CAPITULO XXVÍÍ

bió al púlpito uno de los secretarios i dió lectura a la

sentencia en que se les castigaba. El infeliz celebrante pare–

cía mui arrepentido, pero el viejo agorero, cuando comen..

zó el relato de ·sus hazañas, prorumpió en .risa, siendo

seguido por muchos de los que estaban presentes. Trajé–

ronse dos mulas hasta la puerta i se subió en ellas a los

culpables, con la cara vuelta hácia atras. Dióse con ésto

principio a la procesion, encabezada por el Conde de Mon–

tes de Oro, seguido de varios alguaciles; marchaban d·es–

pues las mulas guiadas por el verdugo

(hangrnan),

en

tanto que los Inquisidores en sus coches de gala cerraban

la marcha. Dos frailes domínicos llevaban a los lados de

los coches grandes ramos ele palma, siguiendo en este ór–

den hasta Santo Domingo, a cuya puerta fueron recibidos

por el Provincial i la comunidad: se colocó a los peniten–

tes en el centro ele la iglesia i se dió lectura en el púlpito

a los mismos documentos, segun los cuales aquellos fue–

ron condenados a servir en un hospital, a voluntad de los

Inquisidores.

11 16

:

El mismo Stevenson refiere tambien que el último de

lqs penitenciados fué un n1arino andaluz (Urdaneja) 11por

proposiciones heréticas i lectura de los filósofos franceses,

i

resultando condenado a encierro, ayunos i oraciones en

los Descalzos de Lima, armór>tal zalagarda con los frailes

en la primera noche de su espiacion que los Inquisidores

hubieron de desterrarlo al castillo de Bocachica, en la

bahía de Cartajena. De allí se escapó, sin embargo, el úl..

timo hereje i fué a prestár sus servicios a los

independien~·

tes de Méjico, en cuyo país murió.11

17

16.

Twenty years residence in Soutk America,

t.

I.,

páj. 261

17. Vicuña Mackenna en su libro

Franc.-z:sco

.Jfoyen,

páj. 107, dice

que Jos particulares que dejamos apuntados los supo de boca de don

:Francisco Mariátegui, qne presenció el auto.

El

viajero frances lYiellet, que visitó a Limct en 1815, refiere que en

el mismo año en que fné penitenciado Urdaneja, fué acusado de hechi–

cero un saltimbanqui que se ganaba la vida haciendo bailar p'erros

i

gatos. «Seria imposible, dice con este motivo, formarse una Idea del

estado lastimoso a que había sido reducido este infeliz al ser puesto en

libertad despues de seis meses de prision, así como de los

tormentos~ue

babia sufrido,

i

que no se atreYia a contarlos, limitándose a contestar a