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LA INQUISICION DE LIMA
siguiente en mi casa. A la hora convenida, un corchete
entró a mi cuarto,
i
me dijo que el Alguacil mayor me es–
peraba en la ,esquina próxima. Cuando lo encontré, me
ordenó que no le hablara, pero que lo acompañase a la In–
quisicion. Así lo hice, notando que el corchete
i
otra per–
sona nos seguían a cierta distancia. Mostréme despreocu–
pado, hasta que entré al pórtico, tras del Conde, seguidos
de nuestros dos acompañantes. Entónces me habló el Con–
de i me preguntó si estaba preparado: le contesté que sí lo
estaba: golpeó, en seguida, la puerta interior, que abrió el
portero. No se pronu.nció ni una palabra; permanecimos
sentados en un escaño durante algunos minutos, hasta que
el familiar volvió con la contestacion de que aguardase.
El anciano Conde se retiró entónces, enviándome con los
ojos un largo adios; pero sin decir palabra. Algunos mi–
nutos despues, un bedel me dió órden de seguirlo. Atra–
vesé una puerta i despues otra ántes de llegar a la sala de
audiencia: era ésta pequeña, pero alta, alumbrada por una
escasa luz que penetraba di:ficilmente por ventanas enre–
jadas colocadas cerca del techo.
11Cuando yo entraba salían de la sala, por la misma puer–
ta, cinco frailes franciscanos, cuyos rostros encubrían las
capuchas, con los brazos cruzados, las n1anos ocultas en las
mangas i los cordones al cuello. Parecían jóvenes por su
porte i marchaban solemnemente en pos de su superior,
un fraile viejo i de aspecto grave que llevaba la capucha
echada sobre el rostro, pero el cordon en la cintura, indi–
cando de esta manera que no hacia penitencia. Me sentia
no sé como, los miraba compasivamente, pero me sonreía
apesar mio a.l imajinarme el efecto que a media noche ha–
bría producido aquella procesion en cualquiera ciudad de
Inglaterra. Volví los ojos a los tres terribles jueces que
estaban sentados en un estrado , bajo un dosel de tercio–
pelo verde ribeteado de azul pálido, teniendo a sus espal–
das, pendiente de la pared, un crucifijo de tan1año natural.
Delante se veia una mesa grande, cubierta i adornada co–
mo el dosel, i sobre ella, dos velas verdes encendidas, un
tintero, algunos libros i papeles, que me hicieron acordar
de
J
ovellanos que describía la Inquisicion diciendo que se