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CAPÍTULO XXVII-

381

que llegado el caso exhibió, para poder leer. El Tribunal dió

cuenta de que el Baron, abusando del permiso, no solo leia

sino que tambien prestaba libros prohibidos, previniéndo–

se por el Consejo que si el denunciado no se abstuviese

de semejante conducta para lo sucesivo, "se procediera

contra él a estilo del Santo Oficio, advirtiéndosele que

aun cuando permaneciese en el dia en la relijion luterana,

no tenia licencia ni estaba autorizado para prestar a nadie

libros prohibidos en los dominios de S. M.u

4

Aparte de estos incidentes, podemos apuntar que aun

en

1787

se anunciaba el envío de cinco causas, contra Fr.

Nicolas de Zumaran, mercenario, i Fr. José Hurtado de

Mendoza, domínico, por solicitantes; contra Fr. Pedro Mo–

llinedo, por falso celebrante, i contra José .García i Lean–

dro

J

ofré, por bígamos.

En Córdoba, una beata denunció en

1790

al clérigo

Fermin de Aguirre, por haberla solicitado en el confeso–

nario, por lo cual se le condenó, tres años mas tarde, a oir

la lectura de su sentencia, sin bonete ni cinto, en presen–

cia de doce sacerdotes, debiendo ade.mas abjurar

de levi

i

llevar otras penitencias.

Por proposiciones fué encausado en

1791

Fernando de

· ' Rivas, soldado de Buenos Aires, i en el año siguiente, Fr.

J oaquin J\faría Albo, alias don

J

oaquin Cabrera, natural

de !barra, relijioso corista de la Merced, por haberse ca- ·

sado.

En Quito se procesaba por proposiciones hereticales al

francés Pedro de Flor Condamine, sobre el conocimiento

de cuya causa se habia trabado una competencia entre el

comisario i el alcalde ordinario en

1791,

que el Consejo,

estando ya el reo votado a prision en Lima, mandó suspen–

der en

11

de febrero de

1793.

En 7 de agosto de

1804

se denunció a José Arbite, viz–

caíno, soltero, de treinta años, de que negaba que hubiese

Dios,

infierno ni santos, i apesar de que el fiscal pidió

auto de prision contra él, no se accedió a ello en un prin-

4.

Orden de

19

de noviembre de

180.1.

Lo que no pudo entónces el

Santo Oficio lo realizó mas tarde una señora chilena que impuso alBa–

ron, como condicion prévia para entregarle su blanca mano, que renun–

ciase a la relijion luterana.