CAPÍTULO XXVI
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a la del enunciado doctor don Diego, en fin de pregar en
su compañía a Dios por la evasion de aquel peligro, (co–
mo lo hizo)
y
que despues de serenada, habiendo vuelto
en compañía de dicho doctor a la carpa donde estaba el
citado don Diego con el referido frances, entraron dicien–
do: gracias
a.
Dios, que nos hemos librado de esta tempes–
tad; a que respondió don Diego diciéndoles si habían
estado rezando,
y
respondió el declarante que sí,
y
para
cuyo efecto se habia apartado,
y
que a ésto dixo el
mencionado frances., cuya estatura es proporcionada, gor–
do, carifarto, de barba copiosa, cerrada
y
rubia, blanco,
chaposo
y
nariz roma, labios gruesos, ojos grandes
y
tra–
viesos, con una señal de cuchillada en la quijada izquier–
da hasta el estren1o de la boca: en vano se cansan ustedes
en rezar, pues, como he dicho, no son capaces los hombres
con sus oraciones de hacer que Dios derogue lo que una
vez tiene determinado; a que el mencionado doctor se le
opuso con razones
y
tambien el declarante, diciéndole que
si la ira de Dios no se aplacase con las oraciones
y
com–
puncion de los hombres, serian vanas
y
inútiles las que
nuestra Santa Madre Iglesia nos enseñaba, los conjuros
y
demas remedios que ordenaba, con cuyo uso les habia
persuadido muchas veces la experiencia, su eficacia;
y
que
a todo respondía el mencionado frances haciendo fizga
y
menosprecio,
y
conforme se iba hilando la declaracion.,
engarzaba sus errores diciendo que no tenia el Pontífice
facultad para conceder indulgencias,
y
que éstas eran una
quimera
y
patarata, como el que el Papa fuese cabeza
universal de la Iglesia,
y
que a éste se le debiese obedien–
cia, pues no era posible el que a un solo hombre se le
sugetasen tantos,
y
mas cuando éste concitaba tropas a
favor de unos príncipes o monarcas contra otros. Y que
habiendo todos los circunstantes, con las ra9ones de que
podian
y
les dictaba su christiandad, impunándole sus
detestables errores, hacia fizga y menosprecio de todo,
concluyendo con decir, ah! si ustedes leyeran los libros
escritos en idioma frances que yo he leydo, qué bien se
desengañaran ustedes; a lo que el declarante le dijo:
munsieur, esos libros no deben de leer los católicos, ni
nuestra España los admite, porque tenemos un Santo Tri-