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CAPITULO XXI
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mente, haciendo movimientos con la cabeza
i
manos
i
di-.
, ciendo que lo que recitaba eran los evanjelios; i siempre
que mascaba la coca, la encendía luz i se santiguaba con
demostraciones en forma de cruz, i despues e.chaba a arder
en aguardiente el zumo de dicha coca, ejecutatando varias
; ; suertes, en que acostumbraba encender dos luces, compues·
tas con los cabellos de los galanes de las mujeres, i a me–
dio arder los apagaba i echaba en la olla del aguardiente,
haciendo que .dichas mujeres por quienes se hacian los sor–
tilejios no comiesen cebolla,
i
que despues de dicha mas–
cadura i hervor del aguardiente, dijesen con ella vítores al
gran chivato i tocasen castañuelas, repitiendo uchasque,
chasque;n amonestándolas que creyesen en lo que la veian
hacer i tuviesen fe, para que se siguiesen los efectos ama–
torios que solicitaban.
Doña Catalina de la Torre, alias la
Palavecino~
cuarte–
rona de mestiza, casada, natural de Guayaquil, de vein–
tisiete años, que ejecutaba sus sortilejios invocando al
''ánima recta y a la palla inga y repitiendo las palabras
del evanjelio de San Juan
et Verbum caro factum est."
Se denunció a sí n1.isma nueve veces consecutivas ante el
comisario del Callao, diciendo que hacia catorce años a
que practicaba su arte, con ánimo e intencion de que el
demonio operase en ella.
Bárbara de Aguirre, costurera, vecina del .Callao, natu–
ral de Tacunga, de cincuenta años, que confesó que sus
sortilejios los ejecutaba por gracia divina, segun lo que una
bruja le había enseñado en Quito, aunque nunca hapia
logrado ver al demonio.
Laura de Valderrama Altan1irano, alias Lorenza la sor–
da, lavandera, de sesenta años, que
ya
había sido peniten–
ciada por el Santo Oficio en marzo de
1696,
i a quien por
su opinion de sáhia la iban a·buscar las mujeres al hospi–
tal donde se hallaba reclusa, declaró que los remedios
ama~o.rios
·solo los daba en interes de que le pagasen sus
servicios.
Cecilia RosaJía del Rosario Montenegro, zamba, viuda,
costurera, establecida en Guaura, invocaba al alma conde–
nada, a quien pedía en señal de que sus actos le eran pro–
picios, que cantase un gallo, i que en ·otras ocasiones se