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INQUISICIÓN DE CHILE
fin, como habían vivido: tales fueron los ministros
q-:1e con nombre del Santo Oficio estuvieron encar–
gados de mantener incólume la fé en los dominios •
españoles de la América del Sur.
A
pesar de todo, es innegable que el Santo Ofi–
cio, cuyo sólo nombre hacía temblar á las gentes,
fué generalmente aplaudido en América.
«El Tribunal santo de la Inquisición, decía el
reputado maestro Calancha, poco más de medio
siglo después de su establecimiento en la ciudad
de los Reyes, es árbol que plantó Dios para que
cada rama extendida por la cristiandad fuese la
vara de justicia con flores de misericordia y frutos
de escarmiento. El que- primero ejercitó este oficio
fué el mismo Dios, c.uando al primer hereje, que
fué Caín, ... Dios le hizo auto público condenándolo
á traer hábito de afrenta, com,o acá se usa hoy el
sambenito perpétuo.»
«El primer Inquisidor que sostituyó por Dios,
fué Moisés (continúa el mismo autor) siendo su
subdelegado, que mató en un día veinte
y
tres mil
herejes apóstatas que adoraron el becero que que–
mÓ.>>29
29
Corónica ?no1·alizada,
Barcelona, 1637, pág. 616.
Con relación
a
esto mismo el poeta chileno Pedro de Oña, en su
poema inédito
El Vasauro,
se
expre~a
así, hablando del Tribunal
del Santo Oficio:
Aquel que con Elías las apuesta
A rígido, á zeloso, á vigilante,
Y
á
cuyo nombre diente da con diente
Quien teme, ó saco infame, ó fuego ardiente.
Oh! Tribunal sublime, recto
y
puro
Eu que la fé cristiana se acrisola
Su torre de homenaje
y
fuerte muro
Donde bandera cándida tremola;