CAP. VII-FUNDACIÓN DEL SANTO OFICIO
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cederes, jamás-dejaba de encontrar en sus archi–
vos,
ó
de forjar para el caso, informaciones que
rebosaban veneno, destinadas á enviarse al Conse–
jo de Inquisición ó al Rey) por medio de sus jefes
inmediatos.
No sólo el infeliz reo que después de ser peni–
tenciado se desahogaba quejándose del modo como
había sido tratado ó de la poca justicia que se ha–
bía usado con él, estaba sujeto á caer en primera
oportunidad de nuevo bajo el látigo inquisitorial:
pero los que ·por algún motivo cualquiera, aunque
fuese el mismo decoro del Tribunal, ajado y piso–
teado por la avaricia ó vida escandalosa de sus
miembros, creían oportuno dar aviso al Consejo de
Indias ó al de Inquisición, y hasta los mismos pre–
lados que·en cumplimiento de sus deberes se creían
en el caso de formular la más ligera indicación
que pudiera contrariar los planes de los Inquisi–
dores, eran denunciados, calumniándolos muchas
veces sin piedad. Fué este un procedimiento á que
desde los primeros días amoldaron los Inquisidores
su conducta con una rara invariabilidad.
No recordaremos el caso en que con todo desca–
ro, obedeciendo á un sistema preconcebido, nega–
ban la comunicación de los documentos que en
sus archivos existían tocantes á Santa Rosa cuan–
do se trató de canonizarla; pero si no fueran ya
bastantes los numerosos testimonios que sobre la
táctica del Tribunal dejamos consignados) quere–
mos aquí estampar una última muestra de la im–
pudencia con que la baba inquisitorial se cebaba
hasta en las personas que la Iglesia ha elevado hace
tiempo á la categoría de Santos.